miércoles, 24 de septiembre de 2014

Doctor, doctor……dígame licenciado

Doctor, doctor……dígame licenciado
Carlos Penalillo Pimentel

Lo ocurrido hace unas semanas con el c. Alan García no es más que un hecho folclórico de nuestro querido Perú, donde estamos acostumbrados a “doctorear” a propios y extraños, de manera amigable o convenida.


Lo cierto es que del universo de profesionales egresados de las universidades peruanas, un reducidísimo porcentaje estudia maestría y posteriormente doctorado. De este pequeño número, apenas el 5% culmina su titulación.

Definitivamente, en su gran mayoría son los médicos, odontólogos, psicólogos y abogados los que se autodenominan “doctores”, siendo realmente sus títulos: Médico Cirujano, Cirujanos Dentistas, Licenciados en Psicología y Abogados respectivamente.

La costumbre está sumamente arraigada en el país y se ha hecho “prácticamente” obligatorio denominarlos así, tan incorrecto se hace que los propios alumnos que están a punto de culminar sus carreras en dichas áreas ya cometen la “falta” de presentarse o firmar como Dr. Fulano de tal y lo peor de todo es que se sienten ofendidos si no son tratados así.

Síntoma de mediocridad o complejo es observado en aquellos que no siendo doctores manifiestan su malestar, fastidio o rechazo por escuchar “doctorear” a otros profesionales de la salud. En Colombia, por ejemplo, sucede lo contrario, a los profesionales de laboratorio clínico, cuyo título universitario es Bacteriólogo, son llamados doctores sin que esto signifique cuestión de estado para nadie.

Nuestro c. Alan García cometió el error de no aclarar su estado de titulación, quizás por las mismas razones que comentamos, pensó acaso que no era necesario hacerlo. Cabe comentar un episodio personal que tuve con la actual alcaldesa de Lima, lo que no significa en absoluto apoyo a su desastrosa gestión, siendo directivo de mi colegio profesional nos convocó conjuntamente con todos los colegios profesionales de la salud a una reunión de trabajo al inicio de su gestión. Al hacerse presente, no falto uno que la saludo como doctora Villarán, ella lo miró y sí le aclaró su condición de profesora sin doctorado.

La vida cotidiana nos lleva también a usar el término de manera amigable como sucede en la calle y con decenas de oficios que luego de su experiencia y experticia se autodenominan “doctores” en sus respectivas habilidades. Recuerdo mucho a un buen mecánico que veía mi Ford Escort, allá por los años 70s, se había mandado a preparar tarjetas de presentación con título de “doctor en motores”. Hay personas simpáticas que exageran, como sucede en mi trabajo, un buen señor que recoge unidades de sangre para trasladarlas a un Hospital de nuestra red, doctorea a toda persona que se le cruza en el camino, ocasionando sonrisas en algunos o reniegos en otros.

Menciono también que este dichoso grado académico se usa de manera convenida cuando queremos obtener un favor o abordar con más facilidad a alguien que sabemos que  hincha su pecho cuando es tratado así.


Seguiremos tratándonos de la misma manera per secula seculorum, pese a quién le pese y le cuadre a quien le cuadre. Hasta el mismísimo Bugs Bunny cuando se burlaba de Elmer Gruñón le decía ¿Que pasa, doc?

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