Doctor, doctor……dígame licenciado
Carlos Penalillo Pimentel
Lo
ocurrido hace unas semanas con el c. Alan García no es más que un hecho
folclórico de nuestro querido Perú, donde estamos acostumbrados a “doctorear” a
propios y extraños, de manera amigable o convenida.
Lo
cierto es que del universo de profesionales egresados de las universidades
peruanas, un reducidísimo porcentaje estudia maestría y posteriormente
doctorado. De este pequeño número, apenas el 5% culmina su titulación.
Definitivamente,
en su gran mayoría son los médicos, odontólogos, psicólogos y abogados los que
se autodenominan “doctores”, siendo realmente sus títulos: Médico Cirujano,
Cirujanos Dentistas, Licenciados en Psicología y Abogados respectivamente.
La
costumbre está sumamente arraigada en el país y se ha hecho “prácticamente”
obligatorio denominarlos así, tan incorrecto se hace que los propios alumnos
que están a punto de culminar sus carreras en dichas áreas ya cometen la
“falta” de presentarse o firmar como Dr. Fulano de tal y lo peor de todo es que
se sienten ofendidos si no son tratados así.
Síntoma
de mediocridad o complejo es observado en aquellos que no siendo doctores
manifiestan su malestar, fastidio o rechazo por escuchar “doctorear” a otros
profesionales de la salud. En Colombia, por ejemplo, sucede lo contrario, a los
profesionales de laboratorio clínico, cuyo título universitario es
Bacteriólogo, son llamados doctores sin que esto signifique cuestión de estado para
nadie.
Nuestro
c. Alan García cometió el error de no aclarar su estado de titulación, quizás
por las mismas razones que comentamos, pensó acaso que no era necesario hacerlo.
Cabe comentar un episodio personal que tuve con la actual alcaldesa de Lima, lo
que no significa en absoluto apoyo a su desastrosa gestión, siendo directivo de
mi colegio profesional nos convocó conjuntamente con todos los colegios
profesionales de la salud a una reunión de trabajo al inicio de su gestión. Al
hacerse presente, no falto uno que la saludo como doctora Villarán, ella lo
miró y sí le aclaró su condición de profesora sin doctorado.
La
vida cotidiana nos lleva también a usar el término de manera amigable como
sucede en la calle y con decenas de oficios que luego de su experiencia y
experticia se autodenominan “doctores” en sus respectivas habilidades. Recuerdo
mucho a un buen mecánico que veía mi Ford Escort, allá por los años 70s, se
había mandado a preparar tarjetas de presentación con título de “doctor en
motores”. Hay personas simpáticas que exageran, como sucede en mi trabajo, un
buen señor que recoge unidades de sangre para trasladarlas a un Hospital de
nuestra red, doctorea a toda persona que se le cruza en el camino, ocasionando
sonrisas en algunos o reniegos en otros.
Menciono
también que este dichoso grado académico se usa de manera convenida cuando
queremos obtener un favor o abordar con más facilidad a alguien que sabemos
que hincha su pecho cuando es tratado
así.
Seguiremos
tratándonos de la misma manera per secula seculorum, pese a quién le pese y le
cuadre a quien le cuadre. Hasta el mismísimo Bugs Bunny cuando se burlaba de
Elmer Gruñón le decía ¿Que pasa, doc?
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